domingo, 22 de junio de 2008

Juicio a Menéndez: Los días en La Perla

La vida, a pesar del horror
¿Se puede volver de la tortura o sólo es un terrible viaje de ida? Dos psiquiatras hablaron con este diario sobre ese tema complejo.
Pedro Luque la voz del interior.com.ar
Foto: La "cuadra" de La Perla, donde eran alojados los detenidos. Una antesala de la tortura y la muerte. LaVoz / Ramiro Pereyra
Cuando a Liliana Callizo le preguntaron cómo había superado los interminables días de tortura que sufrió en el centro clandestino de detención de La Perla, ella se tomó un tiempo para contestar. “Luchando”, dijo después de hacer un enorme esfuerzo para contener sus lágrimas.
A lo largo de las tres semanas del juicio que tiene a Luciano Benjamín Menéndez y a otros siete represores de la dictadura en el banquillo de los acusados, cinco sobrevivientes de La Perla relataron los días y las noches que estuvieron privados de su libertad y sometidos a todo tipo de tormentos a fines de los ’70. En las narraciones de Callizo, Teresa Meschiati, Piero Di Monte, Susana Sastre y Ana Mohaded, las torturas y vejaciones, tanto físicas como psicológicas, constituyen un punto en común que reflota para mover las emociones de quienes se atreven a escuchar lo que padecieron.
“Luchar fue para ella (Callizo) una manera de reconstruirse dando respuesta a sus agresores y sintiendo que volvía a formar parte de un colectivo de pares”, indicó Aníbal Camarasa, médico psiquiatra que, a partir de 1980 y por solicitud de Familiares de Detenidos y Desaparecidos, integró la lista de prestadores para víctimas y parientes. El especialista aseguró que muchos de los que sufrieron vejaciones durante los años de plomo intentan anular esa etapa de su vida. “Negar es un proceso menos saludable, una pretensión de olvido, y es imposible”, explicó Camarasa. Después de describir los efectos que producen en el cuerpo las descargas de picana eléctrica, Meschiati remarcó: “La tortura no se olvida más. Trae muchas consecuencias y está presente toda la vida”.
Al respecto, Juan Martín Cagnani, médico psiquiatra a quien el Gobierno de la Provincia encomendó dar apoyo al programa de protección de testigos, afirmó: “Los tormentos se deben olvidar para seguir adelante, pero para poder olvidar se tiene que asumir lo ocurrido, darle un sentido histórico y social”. Tiempo desdoblado. Cuando a Ana Mohaded le preguntaron si había estado nada más que 12 días recluida en La Perla, ella no se tomó tiempo para responder. “¿Nada más? ¿Le parece poco? Estuve 12 extensos días y 12 largas noches”, contestó. El tiempo parece desdoblarse y su ritmo volverse más relativo cuando la persona es sometida a distintos tipos de tormentos y cuando no sabe el destino que le espera. Sin embargo, a la hora de la recuperación, el tiempo retoma su forma. “La recuperación de una persona depende, entre otras cosas, del tiempo que fue torturada y del despliegue de los aspectos intactos de su personalidad: sus raíces, la red de vínculos familiares y sociales que nos dan la identidad humana”, enumeró Cagnani, quien atiende a muchas personas que han sufrido el terrorismo de Estado. Cuando en el juicio le llegó el turno a Piero Di Monte de relatar sus suplicios, afirmó: “La brutalidad y ferocidad ejecutadas por los represores buscaban destruir al hombre”. Cagnani coincide con el sobreviviente. “El objetivo que se persigue con la tortura es uno inmediato: obtener información; y otro a mediano y largo plazo, ideológico y social: que la persona cambie, que deje de pensar lo que piensa y se ‘normalice’”, explicó el especialista.
Cuando a Susana Sastre le preguntaron a qué tipo de tormentos fue sometida mientras estuvo en La Perla, le tomó bastante tiempo relatar las distintas clases de vejaciones que le aplicaron: contó que la golpearon, que la sometieron al “submarino” (ahogamiento en un tacho con agua), que la desnudaron y ataron a un catre en el que le aplicaron picana. “Picaneo”. “En La Perla se usaron dos tipos de ‘picaneo’. Uno más suave, que mordía la piel, y otro a mayor voltaje, que provocaba convulsiones, arqueamiento del cuerpo y un estado mental de confusión y despersonalización terrorífica”, graficó Cagnani. El especialista mencionó también otros tipos de tortura que se aplicaron en ese centro de detención: golpes de todo tipo, privación del aire –asfixia con agua y con bolsas de nailon–, privación de alimento, falta de sol, aislamiento, inmovilidad.
Todos los sobrevivientes dejaron claro que cada segundo que pasaron en el centro de detención constituyó una violencia psicológica, porque no eran dueños de sus actos y no sabían qué destino les sería impuesto. “Nunca vi una recuperación plena en los pacientes que traté por las torturas de la dictadura. Nunca vi una persona que volviera a ser el sujeto que él mismo y sus parientes recordaban”, explicó Camarasa. Sin embargo, los dos especialistas aseguraron que la vida puede reanudarse tras la tortura. “De otro modo, la humanidad no hubiera subsistido, porque la historia del sufrimiento infligido por hombres a otros hombres en condiciones de inferioridad absoluta es demasiado antigua”, expresó Camarasa.
“La recuperación es una tarea de toda la vida, y necesita la intervención de los estamentos de la sociedad en su conjunto para que las víctimas recuperen la capacidad de actuar y pensar, y puedan dejar su huella en la historia”, aseguró Cagnani.
Cinco sobrevivientes del horror contaron sus vivencias en el juicio para ayudar a que se alcance la verdad y también para demostrar que la tortura no es sólo un terrible viaje de ida.

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