domingo, 30 de agosto de 2009

Eduardo Anguita: Un proyecto para la comunicación social


Enrique Telémaco Susini era un médico destacado que incursionó en el campo de la radiodifusión. El mismísimo Guglielmo Marconi había sembrado la semilla.

Con oportunidad de las fiestas del Centenario, y tras haber recibido el Nobel de Física por su aporte a la telefonía sin hilos, Marconi ayudó a instalar una estación emisora en Bernal. Susini y sus amigos fueron de la partida y diez años después se lanzaron a la aventura de montar la transmisión de una ópera desde el Teatro Coliseo. Fue en la noche del 27 de agosto de 1920 y, desde entonces, se festeja en la Argentina el Día de la Radiodifusión. Nunca en los ochenta y nueve años que separan la iniciativa del joven Susini y el día de ayer, el tributo a la comunicación audiovisual tuvo semejante envergadura.

Ayer, la Presidenta cumplió con algo que para algunos era una apuesta demasiado difícil. Presentó el proyecto de ley que terminará –tratamiento parlamentario mediante– con una normativa que no es sólo patrimonio de la última dictadura militar. Hay algo peor, más vergonzoso para la democracia que la firma de Videla, Harguindeguy y Martínez de Hoz estampadas en el decreto ley de 1980. Pocos recuerdan que la derogación del artículo 45 de esa norma se hizo hace veinte años, con un Parlamento que barrió con algo que no era lo peor de ese decreto ley y que era la prohibición de los propietarios de medios gráficos de hacerse de medios audiovisuales en porcentajes suficientes como para constituir “posiciones dominantes de mercado” según una visión economicista que traducido al lenguaje de la democracia constituyó la posibilidad de crear un poderío mediático desconocido en la Argentina. En efecto: la entrega de los canales 11 y 13 a los consorcios liderados por las editoriales Atlántida y Clarín Agea, fue una condición necesaria para que el menemismo pudiera liquidar las voces alternativas reales a su modelo de liquidación del Estado y de concentración de poder. Pero sucedió que Atlántida y sus socios de Telefónica y el Citibank no tuvieron la capacidad de mantener su transitoria alianza. Así fue que Clarín, con el correr de los años, tomó distancia del menemismo y al no obtener los beneficios de incorporar el negocio telefónico a su red de operaciones, fue un factor importante en el desgaste del ciclo iniciado por el riojano.

De aquel esquema del diario de mayor tirada, la radio AM –Mitre– que competía por los primeros puestos de audiencia y el canal pionero, Clarín dio un paso impresionante en el crecimiento de sus operaciones. Así pasó a convertirse en el principal proveedor de cable y a monopolizar el negocio del fútbol. No es el único grupo, hay que decirlo, que logró poderío a partir del desmadre provocado por la derogación del artículo 45 de la ley 22.285. En muchas provincias, los grupos económicos dominantes son parte del esquema político de poder tanto político como mediático.

LA COALICIÓN. Las recientes historias de los operadores de cable barridos por el poderío del tándem CableVisión-Multicanal con Torneos y Competencias por detrás son durísimas. Empresarios de pueblos o ciudades chicas que lograron abonar a sus vecinos y brindaron servicios de televisión abonada, se encontraron ante la competencia salvaje del multimedios Clarín que llegaba con un pack que incluía fútbol. Los cableros parecían la caballería polaca peleando contra los tanques de la Wermach en 1939. Pero mucho antes de esto, las radios que saltaron a escena con la democracia sufrieron el castigo de Clarín. Así, las radios comunitarias y alternativas recibieron el nombre de truchas y clandestinas. Nombres que ni los comunicadores del nazismo hubieran elegido con mayor perversión. Trucho es falso. Clandestino es peor: el que era perseguido y podía terminar en un pozo, desaparecido. Como resultante de la solidaridad ejercida durante la dictadura, algunos grupos de militantes sociales recibieron apoyos de organizaciones solidarias europeas. Algunas de ellas las volcaron a bibliotecas o emprendimientos barriales y como extensión de esas tareas decidieron formar las primeras radios alternativas. Era en plena democracia, pero la persecución fue cruel. La mayoría eran clausuradas, temporaria o definitivamente, cuando no absorbidas directamente por grupos empresariales que cambiaban la naturaleza de la comunicación social.

Así surgió la Federación Argentina de Radios Comunitarias (FARCO), uno de los puntales de este proyecto presentado ayer. Uno que integró FARCO fue precisamente Gabriel Mariotto, por haber puesto una radio en Lomas de Zamora. Ayer, muchos “Mariottos” se pellizcaban para saber si era cierto lo que pasaba: los 21 puntos de la Coalición para una Radiodifusión Democrática, que tantos comités y bibliotecas recorrieron como si atravesaran la aridez del Sahara, fueron la columna vertebral del proyecto presentado por la Presidenta. No es cierto que el proyecto sea del Ejecutivo. En todo caso, el Ejecutivo hizo propia las voces de muchos que no tienen el poderío que sí tuvieron Clarín y otros grupos empresariales. La CGT y la CTA, las universidades públicas, los diversos sindicatos de trabajadores de prensa, de televisión, de radio, así como los canillitas, los gremios docentes, agrupaciones de intelectuales y científicos se dieron cita en la calurosa tarde que Cristina dio un paso firme.

OPORTUNIDAD. Para la comunidad que quiere una comunicación democrática se trata de una oportunidad histórica. Porque el proyecto contempla, con trazo fino, cómo evitar las posiciones monopólicas en una región o ciudad así como en todo el país. Porque protege la posibilidad de ampliar las voces a las organizaciones sociales. Porque establece un criterio participativo para las direcciones colegiadas de los medios públicos. Porque propone un organismo de control de la radiodifusión que reemplace al Comfer y le dé participación a las minorías parlamentarias y también a instituciones de la educación y la cultura así como a los representantes de los trabajadores.

Durante cuatro meses, un número importante de especialistas del Comfer y la Secretaría de Medios, junto a periodistas, dirigentes sociales y sindicales, realizaron foros para explicar los contenidos de la ley. Muchos creyeron que esos foros eran una manera de postergar sin límite ese proyecto que cambiará la propiedad de la palabra mediatizada. La democratizará. El Congreso, ahora, no sólo tiene la oportunidad de dar un paso en la ley de medios que no dio en veinticinco años de democracia. También tendrá el incentivo suficiente como para poder avanzar en muchos otros temas.

Muchos dicen que no era la oportunidad. En realidad, nunca era oportuno tocar intereses tan poderosos. Otros dicen que les parece bien cambiar la ley de la dictadura, pero que no quieren hacerlo de la mano del oficialismo. Qué mejor que democratizar la palabra si su temor es que el Ejecutivo abuse del poder. Otros creen que es muy peligroso desafiar a quienes mañana pueden tomar revancha. Ah, para ésos no hay respuesta. Si se trata de aceptar que la democracia sólo vale si está tutelada por los poderosos, entonces que no se sumen a este sueño.

Fuente texto: diario Buenos Aires Económico, 28 de agosto de 2009.

Fuente imagen número 1: página web dialogica.com.ar

Fuente imagen número 2: blog elojodelarazon.blogspot.com

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